La profesión de piloto está rodeada de numerosos tópicos. El acercamiento a nuestra profesión no siempre se aborda en base a la realidad sino a una construcción plagada de mitos, estereotipos o leyendas que poco o nada tiene que ver con la responsabilidad y la exigencia de nuestro desempeño profesional.
Lo cierto es que por encima de todo la de piloto es una profesión de servicio a la sociedad en todas sus disciplinas: desde el transporte de pasajeros a la extinción de incendios, pasando por el salvamento marítimo o el rescate en montaña. En todos los vuelos, los pilotos cumplimos una misión por encima de cualquier otra: la gestión de esa operación de forma eficiente y segura.
Eso es lo que la sociedad espera de nosotros. Cada uno de los cientos de miles de pasajeros que a diario se suben a un avión lo hacen tranquilos confiando su seguridad en nuestra formación y profesionalidad. También las personas que esperan el rescate desde un helicóptero o que están pendientes de la evolución de un incendio, todos ellos confían en nuestra gestión eficiente y, sobre todo, segura.
Nuestra profesión está, por tanto, fuertemente unida a la seguridad de las personas y ello conlleva una importante responsabilidad que no se limita únicamente al ámbito legal, ya que el Comandante es el máximo responsable de la aeronave, la carga y los pasajeros y como tal debe responder. La responsabilidad se extiende también al plano profesional, ético y social.
La excelencia en profesiones vinculadas a la salud o la seguridad nos obliga no sólo a tener competencias y habilidades que debemos actualizar permanentemente, también a actuar de acuerdo a unas normas, principios y valores que se recogen en nuestro código deontológico. La adscripción a este código, a través de la colegiación obligatoria, supone un compromiso con la sociedad a la que nos debemos, una garantía de que nuestro servicio se va a prestar siempre de acuerdo a unos criterios de servicio, profesionalidad y seguridad.